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Jordi Turtós: 'A mí la música me salvó la vida'

14/05/2021 - Yanni Munujos / NoticiasClave.net

Jordi Turtós: 'A mí la música me salvó la vida'Jordi Turtós, en la plaza del Raspall, uno de los centros neurálgicos de la rumba catalana. Foto: © Juan Miguel Morales.

A Jordi Turtós le debemos el haber abierto sus oídos a la música desde pequeño y a diario durante décadas, para después compartirla. Ya sea escribiéndola, rodándola o repartiéndola por escenarios para el goce de todos. Su universo sigue gravitando en y desde su amada Barcelona, en la que cumple ya doce años dibujando el mapa sonoro de las fiestas de su patrona, la Mercè, en los distintos lugares de la ciudad. Lo logró una vez más el año pasado entre olas de pandemia, y calienta motores para la que nos asegura será en septiembre, su última Festa Major como programador.

Discreto en las formas, Turtós se expresa de manera clara y categórica desde una aparente seriedad, tras la que se avista de vez en cuando, un agudo sentido del humor. Es permeable a géneros y estilos, pero muy crítico con lo postizo.

Insobornable en cuanto a gustos y referentes, a la par que objetivo en su vocación al servicio público, cuando se trata de dar a conocer lo musical para tratar de contribuir a que cualquier persona sea un poco más feliz. Conoce la historia reciente de la música. Sabe de diversidad y tendencias. Ha dirigido desde el buen hacer muestras y festivales, firmado artículos en revistas musicales, y capitaneado radio y televisión con el fin de despertar y corresponder la curiosidad de quien se le acerque.

Se define como un hombre del siglo XX, aunque a muchos les alivia que haya enlazado su necesario andar profesional con el del siglo en el que vivimos. Una transición en compañía de un melómano, contribuye a un viaje más amable y placentero. Decía Schopenhauer que "la música repercute en el hombre de una manera tan potente y magnífica, que puede ser comparada a una lengua universal, cuya claridad y elocuencia supera a todos los idiomas de la tierra". A Turtós la música le marcó la senda. Le dibujó el almanaque. En una Cataluña en la que hace unos días de nuevo, y como diría Martirio, se casaban los libros con las rosas, fuimos a su encuentro y juntos recorrimos las calles del Barri de Gràcia, donde se crió.

—¿Cómo se programan las fiestas de una gran ciudad en crisis sanitaria?

—La pasada edición se llevó a cabo por voluntad expresa del Ayuntamiento, que ni se retiró, ni se cerró a celebrarlas, aún con medidas y circunstancias hostiles a lo festivo. Una ciudad de las dimensiones de Barcelona, permite plantear una Festa Major alternativa. La variedad de espacios, aunque más pequeños y con menos público, me dio muchas posibilidades. Cabían más artistas. Teníamos más lugares que nunca.

—¿Lo sufrió?

—Lo disfruté. A mí me encanta programar la fiesta mayor de mi pueblo. Y mi pueblo es Barcelona. Una ciudad grande pero que no deja de ser un vecindario en el sentido más mediterráneo de la palabra. Es abierta y cosmopolita. El día que deje de serlo, ya no será ciudad, hablaremos de una megálopolis del futuro, de ciencia ficción.

—¿Y sus habitantes ?

—Son un público excelente. Yo no sé cómo se programa una fiesta mayor, pero sí parto de una certeza que para mí es fundamental: el barcelonés de por sí, es curioso. Y un gran público. Desde siempre. Eso te lo diría Gay Mercader, el primer gran programador de la ciudad, con permiso del enorme Oriol Regás. Gay nos trajo en el 73 y con Franco vivo, a la Incredible String Band en un Palau de la Música abarrotado. Ahí se demostraba ya que Barcelona era un lugar necesitado de cultura. Históricamente y sociológicamente la música siempre ha sido bienvenida.

—¿En quién piensa cuando decide el cartel en cada uno de los escenarios?

—Yo no programo para mí. Tampoco para el interés comercial de nadie de la industria. Trabajo con dinero público. Me debo a todas las generaciones que vivimos en la ciudad. Procuro hacerlo lo mejor que sé. Equilibrando contenidos. Acercando y compartiendo aquello que considero que vale la pena y que difícilmente llegaría a la gente de otra manera. Pensando en un público agradecido que se desplaza a los conciertos a descubrir.

—¿Satisfecho?

—Mucho. Es gratificante el contribuir a la política de acercamiento de la música a los barrios, impulsado por el gobierno de Ada Colau en el Ayuntamiento. Tiene que ver con pedagogía y educación. Los vecinos del Guinardó por ejemplo, disfrutaron de Ferran Palau en su distrito. Difícilmente hubieran bajado al casco antiguo a escucharlo.

—Confiéseme un capricho suyo.

—Programé a Melanie di Biaso en la Plaça de la Catedral, después de caerse del cartel de esa noche uno de los artistas programados. En esa ocasión lo hice porque a mí me gustaba, pero también porque pensé que a mucha gente podía gustarle.

—Era arriesgado.

—Primero éramos mil quinientas personas y terminamos setecientas, pero entregadas, aplaudiendo y pidiendo bises. La gente no es tonta ni estúpida. No tiene que tragar con aquello que le dictan los medios más generalistas. El público puede descubrir. Compartir es ayudar a la gente a conocer. A averiguar. La música, sin compartirla, no tiene sentido. Y un camino para ello es el periodismo musical, que además de programar, es a lo que me he dedicado durante toda mi vida. Siendo adolescente mis referentes en el periodismo ya compartían sus hallazgos. De algún modo sigo haciendo lo que ellos me enseñaron.

PALLARDÓ, ÀNGEL CASAS, TINO ROMERO

—¿Quiénes son sus referentes?

—Por este orden: José Maria Pallardó, Àngel Casas y Constantino Romero. Mi sueño era parecerme a ellos. Tres gigantes de la comunicación. La radio de los setenta a muchos nos marcó la vida. A Pallardó este país le debe un homenaje. En El clan de la una en Radio Juventud, abría la ventana a la música internacional en años en que solo la radio cruzaba fronteras. Casas dirigía El Trotadiscos en la mítica Radio Barcelona, que presentaba Romero.

—Àngel Casas fue pionero del sonido directo en platós de televisión.

—Por Casas siento una devoción enorme. Creó la revista Vibraciones, inspirada en la publicación Rock & Folk que solo la podías encontrar en las Ramblas. Y ahí estaba yo, puntualmente en sus quioscos, entre gentes que iban a comprar pornografía. Esas publicaciones me educaron el oído de una manera distinta a la anglosajona. A partir de ahí siempre traté de alejarme del anglocentrismo, siendo muy crítico con él. Descubrí a Van Morryson en un mundo pendiente solo de Beatles y Stones. Me ayudaron a comprender mejor el mundo de la música. El rock alemán y el francés, pero también los cantautores de Italia y la canción francesa. En la televisión Casas nos alumbró con Popgrama, junto a Diego Manrique y Carlos Tena.

—Después vendrían Musical Expréss y años más tarde, ya en TV3, Àngel Casas Show.

—Él siempre ha tenido un criterio excepcional en escoger artistas. Magnífico. Por su show en TV3 llegó a pasar Astor Piazzola, que viajó desde Argentina ¡para acudir a un programa en directo! Pero también Rubén Blades, o Celia Cruz. Ha sido un gran compartidor. En TVE, Musical Express presentaba artistas de todos los rincones de España ¡En vivo! Eran tiempos en que no parecía que el Estado de las autonomías acabaría siendo el estado de las latas de conserva. Unas al lado de los otras, pero cerradas. Teniéndolas que abrir uno mismo para saber qué ocurre

dentro.

—A usted algunos le debemos el descubrirnos a grandes nombres en los 90, en uno de los mejores programas que ha dado la televisión: Autògrafs.

—Después de años en TV3 trabajando en el Sputnik, Francesc Fàbregas me propuso crear y dirigir un programa de cantautores. Acepté con una sola condición: trabajar con un equipo integrado solamente por mujeres. Me cansaba cierta testosterona (sonríe) y quería trabajar con ellas. Rodearme de su sentido de la realidad y de su capacidad de afrontar retos. No se trataba de reivindicar el feminismo, simplemente y de manera natural yo quería otra cosa, otra sensibilidad.

—Marcaron un antes y un después en cuanto a programas musicales en una televisión pública. ¿Quiénes fueron las escogidas?

—Éramos la realizadora Mai Balaguer, Laura Cuadrado en la producción, Olivia Rueda como montadora y Maika Messegué de ayudante de programa. Todas bajo la supervisión de Fàtima Casaldàguila. Maria Gorgues presentó la primera temporada. Junto a ellas, un servidor. Por primera vez en mi vida pude diseñar el programa que yo siempre había soñado. Todo el programa se concentraba en aquello que decía el autor.

—Por allí pasaron nombres como Annie di Franco, Elvis Costello, Moustaki, Battiato, Raimon, Javier Ruibal, Maria del Mar Bonet o Ben Harper.

—Incluso Marianne Faithfull me recordó años después la entrevista que le hicimos. Hacíamos también el Autògrafs concert. Rodamos a Mayte Martín y a Miguel Poveda. Recuerdo que Jackson Browne incluyó en su gira mundial el concierto que organizamos para rodar en el entonces nuevo Bikini de Barcelona. Allí cantó Stay a trío con Silvia Comes y Lídia Pujol cuando tenian el dueto en marcha.

—¿Por qué terminó el programa?

—Por la misma razón que terminaron Música per a camaleons, 3,14,16, L’Illa del Tresor y los programas culturales de TV3. Con el cambio de siglo hay una ruptura por razones que adivino ideológicas, en cuanto al modelo de televisión pública hasta ese momento. Un principio de comenzar a terminar con programas de creación propia de la televisión catalana porque el sector audiovisual reclama fabricar esos contenidos.

—La televisión no es la de esos años.

—El teléfono la substituyó. Las plataformas han matado los programas musicales. Y Spotify, la radio musical. Los creativos hoy son youtubers. El mundo cambia. Y el mío se fue con el siglo anterior. Mi padre, por ejemplo, no entendía que yo me dejara el pelo largo, pero discutíamos. Hoy me sería difícil dialogar con un hijo mío, porque el suyo no es mi mundo.

—Aun así, y pese a lo que el nuevo siglo conlleva, la BBC o las televisiones francesas siguen apostando por producción musical propia.

—Son sociedades distintas. Nuestras cadenas públicas tendrían que ser más creativas. Programar contenidos culturales nuevos y diferentes. Los ingleses son más civilizados. Y Francia tiene una televisión pública muy interesante, no hay que olvidar que fueron los padres del concepto de república tal y como lo conocemos (sonríe). España es un lugar repleto de artistas en mayúsculas buscando siempre un lugar bajo el sol en un país inhóspito desde siempre, musicalmente hablando.

—¿Eso cree?

—Ya el franquismo hacía bandera convirtiendo flamenco y tradición en coros y danzas, apropiándose de la copla. Cuando al fin nos libramos del dictador, la industria se apoderó de la música como si de lavadoras o automóviles se tratara, transformándola en un producto de consumo. En plena eclosión de la transición, una serie de ignorantes dirigen la música en el país hasta reventarla. Hasta destrozarla. Sin saber adelantarse a lo que venía. Sin ser capaces de consolidar ni tan siquiera Madrid como capital de la música latinoamericana, que se fugó a Miami o a Los Ángeles.

—No sería por falta de talentos.

—Aquí había genios. En el tardofranquismo asomaba la cabeza el rock progresivo, el rock con raíces. Salía gente de tamaño estratosférico como Hilario Camacho o Vainica Doble a quien nadie hizo puto caso. Incluso una Cecilia, si tú quieres en una tesitura más comercial, molestaba. España ha sido un país de derechas toda la vida. La república fue un espejismo de algunos iluminados que en los años 30 ni tan siquiera tuvieron tiempo de construirla. Franco se adelantó reuniendo a los señoritos terratenientes propietarios del país a mandar en él como si de su cortijo se tratara. Después pusieron a quien continuó reinando en el cortijo. Dedicándose a ningunear el talento.

—Algunos sobrevivieron a eso.

—Por suerte en Cataluña aparecían grandes talentos para siempre como Lluís Llach, Serrat o Maria de Mar Bonet, con maneras revolucionarias que traspasaban la industria. Y estaban Pablo Guerrero en Extremadura o Mikel Laboa en un País Vasco de donde han surgido cantautores enormes como Ruper Ordorika o Jabier Muguruza. España es un país frustrado que no puede construirse. Hay quien lo ha permitido reduciéndola a una sola provincia central desde la que se mueve todo, vaciando de recursos y capacidad de decisión al resto del territorio del Estado.

—¿Qué nos perdimos?

Rafael Trabucchelli o Waldo de Los Ríos consiguieron desde Madrid un sonido que lanzó a grupos de Granada como Los Ángeles, o Los Módulos y Los Pasos en Madrid. Eran aceptados por un público que agradecía un sonido seductor, con arreglos más arriesgados. La misma Karina, o Los Mitos en Bilbao. Y Picnic en Cataluña. Talentos excepcionales que desaparecieron. Con los años ganó la idea de la España inmortal, eterna, grande y libre en la que además te indican la música a consumir. Lo disfrazan de perfume moderno, pero si vas al fondo compruebas que el objetivo sigue siendo el de no descontrolar al país para que siga siendo para ellos y desde el poder.

—¿Qué hace falta para que alguien exigente como usted se involucre en un proyecto?

—Creer en él. Cuando me llamaron para colaborar en Efe Eme estuve encantado. Disfrutaba teniendo mi voz desde Cataluña en una publicación nacional y con proyección internacional. Valoraban mi criterio con la música de todo el mundo, pero me publicaron también entrevistas para el mundo como la que hice a Els Pets. Siempre he tenido en cuenta el altavoz que puede tener mi voz en el lugar en el que estoy. Me entusiasmaron mis años en Rockdelux, arquetipo y paradigma de la modernidad, el riesgo y la diferencia en la prensa musical. Alejándose de las hojas promocionales, algo esencial en un buen periodista.

LAS HOJAS PROMOCIONALES, A LA BASURA

—¿Es necesario?

—Lo primero que debe de hacer un buen periodista cuando recibe una hoja promocional acompañando un disco, es tirarla a la basura. Lo segundo es escuchar el disco, y los siguiente es hablar sobre él, expresándose de manera muy personal, parcial y según su criterio. Esto es algo que bajo mi punto de vista define el periodismo musical que hace años comenzó a desaparecer. Salvo excepciones hoy en día triunfa la mediocridad. El talento está arrinconado, perseguido y controlado. El espectáculo de los políticos en los parlamentos de aquí y de allá, son un buen ejemplo para preguntarnos el cómo hemos podido llegar hasta aquí.

—¿No cree que se trata de un ciclo opaco en el mundo, y qué pasará?

—El futuro no lo dominará la inteligencia, lo hará tecnocracia. El listillo está por encima del intelectual. ¿Dónde están los pensadores de las últimas décadas en España? Han desaparecido. Las corrientes de opinión ahora son las redes sociales. Los intelectuales orgánicos aquí, trabajan para los holdings mediáticos. A personas como Walter Benjamin Noam Chomsky se les coloca en un pasado remoto. Molestan al sistema.

—¿Es usted de los que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor?

—No me tienda una trampa en la que no voy a caer. Cualquier tiempo pasado no fue ni mejor ni peor. Simplemente ya no está. El futuro lo desconozco, y el presente en términos filosóficos, deja de serlo en cuestión de segundos. Al pasado hay que entenderlo. Es de donde venimos. Contemplándolo podemos llegar a comprender a dónde vamos. No miramos atrás porque chocamos con la posmodernidad, la corriente intelectual que domina desde los 80 con la que nos hemos cargado la memoria. Y en sociedades tan precarias como la nuestra, la memoria está mal vista, hace daño. Duele. Por eso siguen mandando los mismos.

—¿La cultura dejó de ser un arma para luchar contra la desmemoria?

—El empobrecimiento de la cultura es una consecuencia directa del olvido. Las últimas que se revelaron fueron la generación del 27 y la de los años 50. Ya viejas, o enterradas en libros de texto. Sin que se reivindiquen. Prácticamente nadie despierta la consciencia de Lorca, poeta inmenso del mundo. En la actualidad y más allá de algún pensador abiertamente filosófico como mi admirado Josep Ramoneda, por más que busque y rebusque no me asaltan nombres que me ayuden a soñar un mundo desde una perspectiva optimista. Y eso que huyo del pesimismo. No me considero nostálgico y creo que soy un hombre feliz. Incluso diría optimista.

—Se le ve contento aquí en Gràcia, paseando por las calles de su barrio natal.

—Lo soy. Aquí me crie. En la calle Camprodon. En ese portal. Mi madre servía en casa de unos señores en la Gràcia alta, en Rambla del Prat. Yo era un niño pequeño que la acompañaba. Ella me cantaba 'Cachito' del disco de Nat King Cole, y me dejaba poner los vinilos en el tocadiscos que había en la casa, con la condición de dejarlo todo en su lugar a la vuelta de los señores. Ahí me enamoré de la música. Mi padre era mecánico. Ambos se conocieron en el Salón Cibeles, aquí al lado, en la calle Córsega, cuando los bailes del domingo. Mi futuro estaba escrito como trabajador en un taller en la Seat pero la radio me conquistó. A mí la música me salvó la vida.

—Pasamos hace unos segundos por la Plaça del Poble Romaní, donde la placa en memoria de Gato Pérez, agradece al rumbero argentino su estima al barrio y a los gitanos de Gràcia.

—El Gato me abrió la cabeza hacia otra manera de escuchar la música. Las historias que contaba en sus canciones eran maravillosas. Habría que leerlo en las escuelas. Él y Pasqual Maragall son las dos personas que he conocido, que más amaban a Barcelona. Gato Pérez hablaba de amistad en sus letras, de barrio, de lealtad. De una ciudad, la de los 80, extraordinaria, que se dejó vencer por el dinero.

—¿La bohemia de esos años murió?

—La bohemia parisina terminó en los años 20, la del Greenwich Village, en Estados Unidos, a comienzos de los 70. Las bohemias terminan porque responden a una época y a sectores muy determinados de una ciudad. La barcelonesa de los 70 y los 80, la del siglo pasado, terminó y no se repetirá. La nueva, que probablemente la haya, la desconozco. Soy de un mundo que ya terminó.

—¿Y como camina en el nuevo mundo?

—Me cuesta entenderlo. Me resulta difícil pisarlo y andar sus caminos. Incluso como periodista, no me pidas que escriba de trap, o hip-hop, porque me perdí hace algún tiempo. Con la desaparición del vinilo comenzamos a perder la referencia del intercambio juvenil que era el single. Lo suplantó el cedé, y finalmente cuando los formatos son invisibles, la cultura del pop y del rock es invisible también.

—¿Le gusta Rosalía?

—Mucho. Y la defenderé hasta la muerte. Me parece la última gran revolución en mayúsculas del flamenco. Es una gran artista. Ha dado un salto mortal enorme. Es maravillosa. Es inclusiva. Su arte no excluye a nadie.

LA FRIVOLIDAD DE LO DIGITAL

—¿Qué tiene en contra de lo comercial?

—Contra la música comercial nada. Pero sí soy muy crítico con quienes crean y fabrican productos comerciales con el único fin de enriquecerse. La ambición ha creado un abismo entre el pensamiento más ortodoxo en el mundo, y la frivolidad que conlleva lo digital. Mis padres decían que el dinero daba la felicidad. Hoy en día el dinero da la libertad. Eso es salvaje. Más allá del dinero no hay nada. Sin dinero uno ni es ni puede llegar a ser nadie. Estamos labrando una sociedad futura para ricos. La brecha entre ricos y pobres comienza a ser alarmante. Me gustaría no ser tan pesimista, aunque dicen que el pesimista es un optimista bien informado. Póngame en ese grupo.

Déjeme que le cite la ranchera: ¡Con dinero o sin dinero, usted sigue siendo el rey! Gracias, Jordi.

Y seguimos paseando mientras reconoce con ternura los portales de las tiendas a las que su madre le mandaba a comprar, cuando de pequeño salía a buscar cromos y chuches en las calles de la ciudad a la que un día pondría música en sus escenarios. Hablamos de cuando en el 72 se apuntó al trio en el que su gran amigo Emilio Alquézar tocaba el teclado, para montar el grupo Fruint, cuando ambos trabajaban juntos en un banco. El salario le daba para pagarse la carrera de periodismo. Recuerda sus años de baterista, hasta que en un ensayo vio tocar a un muchacho de 12 años llamado Jorge Rossy, y frente a tanta técnica y talento, decidió colgar sus baquetas y celebrar el final del grupo con una semana de conciertos en el Magic.

Cuentan que hace una década, por sorpresa y celebrando el treinta aniversario del Sidecar de Barcelona, desempolvó el instrumento y salió a acompañar a su amigo Quimi Portet"Para ser amigo de los músicos hay que ser honesto e impecable". Turtós nació el día en que 'Rock Around the Clock’ de Bill Haley and His Comets llegaba al n.º 1 de las listas americanas. El mismo día en que muchos consideran que nacía el rock’n'roll. Tan solo nueve meses antes de ese 13 de junio de 1955, un joven Elvis Presley grababa en Memphis sus primeras canciones para Sun Records. Quizá los astros pactaron la simpática efeméride para que dedicara toda su vida a compartir la música a la que se entregó más allá de modas y tendencias: "No son otra cosa que trampas de consumo. La cultura del rock nos engaña con trampas juveniles. La Voss del Trópico era igual o más roquero que Morfi de La Banda Trapera del Río. Y cualquiera de las grandes damas del bolero puede llegar a ser más punk que el mismo Johnny Rotten"

Amén. 

 

 
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