Opinión

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Un caballo de Troya llamado canon

07/02/2008 - Bernardo Fuster / Musimagen

Asisto desde hace unos meses a este debate sobre el canon y me sorprende que hasta ahora nadie, o casi nadie, haya dicho algo que a mi me parece, no solo importante, sino decisivo en todo este galimatías que se ha formado. Sé que en algunos foros, cuando se trata este tema tal y como voy a exponerlo ha sido censurado, no publicando esa opinión.

En primer lugar, perdonad si en algún momento digo cosas ya conocidas por todos, pero a veces no viene nada mal revisar la historia y algunos de sus acontecimientos.

La Ley de Propiedad Intelectual prohíbe, aquí y en cualquier país del mundo, la copia de una obra sin autorización del autor. Esto es algo que me imagino nadie discute y viene de muy lejos, exactamente desde 1886 cuando se reúne la Convención de Berna a instancias, entre otros, de Víctor Hugo y regula la copia, hasta entonces indiscriminada, de obras. Sólo el autor tiene la capacidad decidir si lo que él ha creado puede ser copiado o no, y en el caso de permitir la copia puede pedir una participación económica a aquel que esté sacando un beneficio de la misma. Este es el origen de todo, y esto, hasta ahora o al menos públicamente, nadie lo cuestiona.

La sociedad evoluciona y la ley se ha ido perfeccionando, adaptando y ajustando continuamente desde entonces. La investigación nos va a traer nuevas tecnologías que facilitan la copia, como es el caso, a mediados de los sesenta de la aparición del Casete y el Vídeo grabables. La copia crece, pues ya no depende sólo de una industria (imprentas, empresarios discográficos, etcétera), ahora es el ciudadano el que puede hacerla en su propia casa, y ante la dificultad del creador para seguir la suerte de su obra, éste, asociado con sus colegas de profesión, decide hacer una excepción a la Ley de Propiedad Intelectual y aceptar que su obra pueda ser copiada siempre que el que se vaya a lucrar gracias a la copia de su creación le pague un canon, es decir, una compensación (que no un impuesto) que le alivie de esa perdida que supone la copia masiva. La ley dice que quien debe pagar el canon es el empresario, pues es él quien cobra y se enriquece por la venta de los soportes.

Así es y así viene siendo desde hace muchos años sin debates ni discusiones, pues a todo el mundo le parecía justo.

El canon de copia privada se instala en primer lugar en Alemania en los años sesenta. Posteriormente se va ampliando y llega a España en 1992.

Y ahora en este principio del siglo XXI aparece una nueva revolución tecnológica. Entramos en la era digital. Las empresas que deben pagar el canon ya no son pequeñas o están dispersas en países distintos, ahora son pocas pero infinitamente más poderosas y trabajan más allá de cualquier frontera, ahora son grandes multinacionales. A esto unamos que la copia digital es todavía más fácil porque hay muchas más formas de realizarla y en mejores condiciones, se multiplican los soportes o formas de almacenamiento.

El autor, de nuevo ampliando los acuerdos de los años 80, vuelve a autorizar a los fabricantes de los nuevos soportes digitales en los que se pueden copiar obras a que los pongan a la venta, a cambio de una compensación por la pérdida económica que producen esas copias. Al decir fabricantes, estoy hablando de grandes empresas, importadores que fabrican en el tercer mundo a precios de allí, y de poderosas multinacionales, y son ellas y sólo ellas las que deben pagar según dicta la Ley ese canon, pues son ellas y sólo ellas las que se van a beneficiar económicamente de los contenidos generados por los autores que le dan el valor a sus soportes.

ENFRENTAR AL CONSUMIDOR CON EL AUTOR

En este punto, si os fijáis bien, hay un contenido social importante: el público, el ciudadano, se beneficia de poder copiar en sus casas, de poder almacenar en un disco duro o de usar un MP3, pero el que debe pagar esto es la empresa que va a cobrar por esos soportes. En definitiva, es el que gana millones gracias a los contenidos artísticos que los creadores autorizan a copiar el que debe pagar, para que al final sea el público el que se beneficie de esa autorización.

Y aquí es donde empieza la guerra. Por supuesto, estas grandes multinacionales, que no sólo controlan la industria fabricante de soportes digitales, sino también de grandes medios de comunicación (prensa, radio y TV), editoriales de todo tipo y grandes consorcios de empresas de telefonía, han encontrado una forma clara de acabar con la Ley de Propiedad Intelectual: enfrentar al consumidor con el autor, es decir, han conseguido que la gente no sepa que son precisamente esas empresas, con cifras millonarias de beneficios anuales, las que tienen que pagar el canon, han conseguido que la gente crea que el autor le está imponiendo un “impuesto” al consumidor final.

¿Por qué en todos los foros se oculta ese dato que está claramente definido en la Ley y que dice que el pago corresponde a la industria? ¿Por qué en todos los foros se dice que son los consumidores, los “sufridores” y los obligados a pagar el canon? La respuesta es clara: porque las multinacionales han conseguido a través de costosas campañas publicitarias y de la captación de determinados lideres de opinión, hacer creer a la gente esta postura con un único fin: deteriorar la Ley de Propiedad Intelectual que les obliga, no sólo con el canon, sino en mayor medida, a pagar millones a los autores por la comunicación pública de sus obras y por el uso del repertorio.

El camino elegido para esta primera fase de la batalla es sencillo: centrarse en el canon que es lo que la gente al parecer ha encajado peor. La estrategia tiene en estos momentos dos pasos claramente definidos.

Primer paso: Incrementar el coste del canon en el precio final del producto haciéndoselo pagar al consumidor. En algunos casos estos soportes ven incrementado su precio más de lo que supone el canon y en la tienda donde vas comprarlos (esto me ha ocurrido a mi) te dicen que el aumento “es por culpa de los autores”. Todo esto forma parte de una campaña para convencer, haciendo uso de una demagogia sonrojante, a través de los medios de comunicación afines o propios y financiando o apoyando a distintas organizaciones de origen y finalidad dudosa, de que la culpa de que estos soportes sean tan caros es de los autores.

Segundo paso: Desprestigiar a las Sociedades de Gestión de los Derechos de Autor, buscando que la gente se enfrente a ellas mediante campañas perfectamente organizadas, tanto en el tiempo como en sus contenidos. No hace falta que diga cómo algunos medios se hacen eco de informaciones que en el peor de los casos ellos mismos saben que son falsas o están tergiversadas y en el mejor de estos no contrastan o no publican las respuestas que se dan a estas informaciones.

Y en estas estamos: en una guerra abierta de ámbito global. Por un lado, las multinacionales con el escudo perfectamente manipulado de sectores de consumidores o sospechosos internautas, que no protestan presentando miles de firmas en el Parlamento cuando una telefónica sube el precio del ADSL o las tarifas del móvil, pero montan en cólera porque estas empresas multimillonarias deban pagar el canon. En el otro lado, los autores y artistas.

Aun no he oído a una de estas multinacionales decir que gracias a ese canon, ellos van a vender algo que sin el contenido que los autores y artistas proporcionan, no tendría ni mucho menos el valor que ahora tiene. Tampoco les he oído decir que ese incremento que trasladan al precio final, (porque les da la gana, pues insisto, la Ley, en ningún momento dice que debe pagar el consumidor) es para que éste pueda copiar sin incurrir en delito. Y no lo hacen porque en el fondo no están cuestionando el importe de la compensación, que es mínimo comparado con lo que ganan, lo que al final se cuestionan es la Ley de Propiedad Intelectual.

Tan solo un apunte más. Dicen los anti-canon que esta compensación al autor frena el desarrollo de la Sociedad de la Información y la Comunicación, pues bien, basta ver cómo en países como Alemania u Holanda, donde se paga un canon mucho mayor que en España y desde hace más tiempo, la industria de las nuevas tecnologías ha multiplicado con creces los beneficios y no se ha visto en lo más mínimo afectada por ese canon.

Seamos conscientes, y perdonad que insista, en el fondo no se discute el canon, a las multinacionales ese tema les tiene sin cuidado. En los países en los que se paga hace tiempo, porque la gente lo ha entendido, este tema ni se discute, allí están en otra fase de esta guerra. Pero aquí esto ha funcionado, y el canon es el perfecto caballo de Troya que han creado para iniciar su asalto en la búsqueda de cambiar, minimizar y desvirtuar el derecho del autor y del artista. El mismo que le permite seguir la suerte de su obra. Ese que le protege y le permite una creación libre.

En definitiva, está en juego la pervivencia de la diversidad cultural frente a una ”cultura” dirigida y controlada y por ahí, sí que no paso.

Bernardo Fuster es presidente de la Asociación de Compositores de Música Audiovisual, Musimagen.

 
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