Opinión

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¿Malos tiempos para los grandes espectáculos?

16/11/2015 - Jordi Rueda/NoticiasClave.net

Malos tiempos para los grandes conciertos

Los atentados del pasado viernes en París que causaron la muerte de tantas personas, han golpeado perversamente a las formas de vida de la sociedad occidental. Los objetivos de los fanáticos no eran indiscriminados, estaban destinados a castigar la capacidad de conjugar diversión con trabajo y responsabilidad en la capital del mundo que ha creado y que mejor ha sabido aplicar esa sabiduría social. 

Un estadio de fútbol, un restaurante, una legendaria sala de conciertos… centros de ocio representativos de una sociedad que, mejor o peor, ha evolucionado a partir de los viejos ideales revolucionarios: libertad, igualdad, fraternidad, y del laicismo, que respeta las creencias religiosas de cada persona, pero impide, o trata de impedir, que condicionen el desarrollo de lo común.

Inmediatamente se han empezado a suspender giras artísticas internacionales, la tan esperada de Prince por Europa o la de U2, por ejemplo, y, por ahora, parece difícil calcular la incidencia que tendrán los crímenes en la asistencia a grandes conciertos o a manifestaciones deportivas.

En la sala Bataclan, murieron, junto a los espectadores, profesionales de la industria musical. Ahora, otros profesionales deberán pertrecharse de valor para organizar nuevos acontecimientos musicales, pero estos, superado el necesario luto, volverán a ser parte esencial de la vida parisina.

Las autoridades políticas hablan de guerra. Es posible que esto sea una guerra y que el enemigo, un enemigo que destruye con saña obras de arte, mate personas para destruir modos de vida y a la sociedad que los abandera. Pero esas autoridades deben ir al fondo de la cosa y además de no cooperar por intereses económicos con los que financian a los creadores de fanatismos,  han de tratar de que la igualdad que se proclama en las constituciones no sea una entelequia para muchos jóvenes que malviven sin futuro en Oriente medio o en suburbios de ciudades europeas.

Si esos jóvenes sintieran que tienen una vida por delante por la que luchar, no se convertirían fácilmente en pobres diablos dispuestos a morir en acto de servicio a la nada.

 
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